
El historiador Gustavo Capone comenta por qué cada 12 de marzo reafirmamos nuestras convicciones y compromiso para continuar con el legado de nuestro querido Raúl Alfonsín.
El 12 de marzo se conmemora el Día del Militante Radical. Dicha fecha rinde tributo a la figura emblemática de Raúl Alfonsín a través del merecido recuerdo del día de su nacimiento. Precisamente Alfonsín nació en Chascomús, un 12 de marzo de 1927; hijo de Ana María Foulkes y de Raúl Serafín “el gallego” Alfonsín Ochoa, será reconocido por todos como el «Padre de la Democracia Argentina”.
Así fue como un grupo de militantes radicales propuso en 2010 generar un homenaje a su comprometido legado con la república y con los postulados democráticos, promoviendo el Día del Militante Radical en fecha de su nacimiento por estar íntimamente consustanciados los centenarios ideales y objetivos de la histórica Unión Cívica Radical con los valores y principios esgrimidos por Alfonsín durante toda su honorable vida personal, pública y política.
La coyuntura hace que la figura militante de Alfonsín se agigante cada día más. Raúl Alfonsín fue mucho más que un comprometido dirigente social y un brillante líder político. Nació a la vida pública siendo un joven militante en los barrios de su pueblo natal, convirtiéndose en concejal con 27 años y terminó como Presidente de la República Argentina poniendo fin a la dictadura en 1983 y estableciendo los cimientos de una República plural, cultora de los derechos humanos, democrática, progresista, reformista y participativa.
En el medio de su derrotero político, mantuvo una trayectoria ética, honesta y moralmente intachable. De más estaría decir, que concluyó su gestión sin ningún juicio en su contra y nunca tuvo que dirigirse a los altos tribunales de la nación, pues no había nada que aclarar. Su transparencia y honestidad, no ameritaron jamás ni la más mínima advertencia, sospecha o reclamo de la justicia argentina, ejemplo que reflejado en el vigente presente deberá llenar de orgullo a todos los radicales de buena cepa y a todas las mujeres y hombres de la nación cuya conducta personal se apoya en la honestidad y la transparencia. Aunque todos sabemos que Alfonsín nunca hubiera permitido que esa actitud honorifica fuera destacada como un mérito. Para un hombre de bien como él, esa premisa era sencillamente un deber y una obligación.
A lo largo de su trayectoria, Alfonsín enfrentó desafíos, frustraciones y adversidades, pero nunca renunció a sus convicciones ni al compromiso con Unión Cívica Radical y sus ideales. Después de su mandato presidencial, continuó siendo una voz activa y presente en la política argentina, recorriendo el país, hablando en comités y manteniendo un contacto directo con sus seguidores y afiliados. Y así como nadie podrá poner en duda su intransigencia, tampoco nadie dejará de reconocer que jamás abandonó ese fervor del espíritu militante con el cual se forjó. Su tenacidad lo convirtieron en un referente indiscutido dentro del radicalismo y en un imprescindible hombre de consulta en la política nacional y en los parlamentos democráticos del mundo, caracterizándose siempre por su vocación y entrega a los postulados que abrazó desde joven; la misma doctrina que defendió toda su vida: la Unión Cívica Radical.
Fue presidente del comité provincial de Buenos Aires, preso político durante el gobierno de Onganía y uno de los pocos valientes que presentó decenas de Habeas Corpus en los tiempos bravos de dictadura pidiendo por los detenidos ilegalmente y desaparecidos, cuando muchos se escondían como miserables cobardes y traidores, llenándose la boca hipócritamente de su prédica combativa veinticinco años después, consolidada ya la democracia que Alfonsín como un pionero afianzó.
Para concluir, volveremos nuevamente a los tiempos corriente, con un ejemplo que pintará de cuerpo entero a Alfonsín, y que lo realza en la actualidad, cuando el descrédito por el adversario político y la cancelación de quien opina distinto parecieran ser el único argumento válido para sostener una posición, alejándose abruptamente de los postulados sustanciales de la política como son el dialogo y la búsqueda de consensos en pos de la acción imperativa por encontrar respuestas a la ciudadanía. La historia nos cuenta que, en plena campaña política de 1983, un grupo de simpatizantes radicales procuraba resaltar el vigor de Alfonsín en contraste con cierta pasividad de Ítalo Luder, su adversario presidencial peronista en las elecciones. Las leyendas de «Alfonsín macho» y «Alfonsín o Lulú» inundaron los paredones de Buenos Aires y algunas provincias, hasta que Alfonsín se enteró y ordenó borrar inmediatamente esas pintadas. ¿La razón? «No se puede zamarrear a un adversario así. Eso marcha contra nuestros principios y mancha nuestra concepción histórica y política». Ese fue y sigue siendo el legado de un verdadero militante que reivindica la política y el radicalismo. Ese sigue siendo Raúl Alfonsín.